Víctimas del circuito cuentan a INFOnews cómo es vivir bajo el yugo de los explotadores. Historias manchadas de dolor y de sangre.
“Yo le diría a la gente que cuando se va a comprar una prenda, revise la etiqueta para saber de dónde viene, porque puede estar manchada con sangre”. El que habla es Adolfo, nacido en Sucre, Bolivia. Llegó a Buenos Aires con apenas 18 años y estuvo en situación de esclavitud dentro de un taller clandestino durante 5 años, a dos cuadras de La Salada.
La historia de Adolfo es la de tantos otros compatriotas bolivianos que llegan a nuestro país con la esperanza de mejorar su calidad de vida, pero en lugar de prosperidad encuentransometimiento. La esclavitud laboral (la esclavitud del siglo XXI, como la llaman muchos) volvió a ser noticia: un taller clandestino en Flores se prendió fuego y murieron dos menores.
“Uno se va cansando” y “es difícil, es difícil”, repite Adolfo en INFOnews. Las dificultades fueron muchas: dejar su país, trabajar en condiciones inhumanas, tomar coraje para denunciar a sus explotadores y empezar de nuevo.
Cuando comenzó a trabajar como costurero, Adolfo trabajaba de 7.00 de la mañana a 11.00 de la noche, por $150 mensuales “que al cambio de hoy no cubría nada”, recuerda el hombre que pasaba los días y noches encerrado en el taller.
La escena más terrible era ver cómo a una familia de cuatro personas, los explotadores daban sólo un plato de comida “y tenían que fragmentarlo en porciones para poder comer”.
Las promesas que los dueños de los talleres realizaban a sus empleadores, obligándolos a trabajar por horas y horas sin pagar finalmente lo acordado, es otro de los recuerdos más tristes de aquella época. El fin de semejante pesadilla llegó cuando “tomé coraje y salí a pelearla”, aseguró Adolfo.