En el contexto de la discusión por la ley antidespidos, el presidente de la Nación, fue asesorado por el ex intendente de la Ciudad, Carlos Grosso.
Carlos Grosso, el menos público de los ideólogos de la mesa chica presidencial, volvió a la Casa Rosada en la trastienda de la puja por la ley antidespidos.
Emilio Monzó, titular de la Cámara de Diputados, se sorprendió al enterarse que se había pergeñado cerca de Mauricio Macri una jugada que buscaba bloquear la aprobación del proyecto con una foto conjunta de empresarios y sindicalistas. No había sido avisado y cuando preguntó en qué mente se había elucubrado la idea, la respuesta fue Carlos Grosso. La jugada finalmente terminó trunca.
Cuando los sindicalistas llegaron a la Rosada debieron esperar en una sala contigua. Acumularon molestia. Y allí lo vieron pasar a Grosso sonriente, como una aparición. Había sido el principal impulsor de la idea de sellar un acuerdo por 90 días sin despidos para matar la ley. Aquello que Macri ignoraba es que las relaciones de Grosso con el peronismo son ásperas, desde los tiempos inmemoriales en que era el intendente de la Ciudad de Buenos Aires. Los sindicalistas se fueron ofuscados, como dio a conocer Clarín, y rechazaron fotografiarse junto con los empresarios.
Después de su efímero paso por el gobierno de Adolfo Rodríguez Saá, cuando advirtió que había sido convocado por su “inteligencia” y no por su “prontuario” y debió irse al rato por la ola de repudios, Grosso fortaleció su ascendencia sobre Macri. Actualmenteforma parte del círculo reducido de decisiones. Entrega sugerencias sobre gestión política, e incluso rivaliza con Marcos Peña en la definición del discurso. Al jefe de Gabinete le atribuyen encono con la figura de Grosso. Pero quienes los vieron a ambos y a Monzó almorzando en Carletto, de Puerto Madero, aseguran que los gestos mostraban más cercanía que distancia.
Gerente de Socma, la sociedad de la familia Macri, en los setenta. Joven mimado de Franco Macri. Exponente de la renovación peronista de los ochenta. Intendente porteño. Blanco de las denuncias de corrupción en el menemismo, Grosso arañó el estrellato y fue arrastrado al ostracismo por sus adversarios internos. Formó parte del núcleo de impulsores que logró convencer a un joven Mauricio Macri a embarcarse en la política. Y tejió a su alrededor una trama de nombramientos y negocios. La red de vínculos se extienden desde la publicidad pública hasta funcionarios estatrégicos en la puesta en marcha de obras y licitaciones, como Gabriela Seijo y Martín Renom, de la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar), o Pablo Walter en Aysa. “Yo inventé Puerto Madero”, se ufana. Sus funcionarios de confianza suelen visitarlo en sus oficinas como una peregrinación.
A Grosso , conocedor del peso del discurso público, también se le atribuye la propiedad de la consultora Sentidos, dedicada a la pauta publicitaria y estrategias de prensa. Su fuerte parecen ser los clientes gubernamentales.